top of page

Florian Salazar: El camino de regreso a tu esencia: Un llamado a rescatar los sueños olvidados

  • Foto del escritor: Florian Salazar
    Florian Salazar
  • hace 5 días
  • 4 Min. de lectura

El adulto debe permitirse soñar de nuevo

Hay un momento, a menudo silencioso e imperceptible, en el que dejamos morir una parte esencial de nosotros mismos... Lo sé porque lo viví... No sucede con un estruendo, sino con un suspiro de rendición. Es el instante en que, ante la presión de las obligaciones, las facturas por pagar, las expectativas ajenas y esa versión adulta y "responsable" que creemos deber ser, sepultamos aquello que una vez hizo latir nuestro corazón con pura alegría.


Guardamos los pinceles en el altillo, cerramos el cuaderno de poemas, silenciamos la canción que llevábamos dentro. Y así, día tras día, nos despojamos de nuestro lenguaje más íntimo, creyendo que es un lujo innecesario en la lucha por la supervivencia... Pero ¿qué es la vida si no es también la expresión de aquello que nos hace sentir verdaderamente vivos?


Recuerdo la mirada de un niño concentrado, la lengua asomando levemente entre los labios mientras su mano traza líneas audaces sobre un papel. No le preocupa la técnica, la crítica, ni el resultado final. Pinta porque en ese acto existe una comunión total entre su ser y el universo. Es puro flujo, pura presencia.


Esa misma mirada la he visto en adultos —raras veces— cuando, por un instante de descuido, se permiten bailar bajo la lluvia, garabatear en una servilleta, o tararear una melodía antigua. En ese momento, sus caras se suavizan, el tiempo parece detenerse, y algo profundo dentro de ellos se reajusta, se calma, se nutre.


Lo que llamamos "hobbies" o "pasatiempos" son, en realidad, los pilares de nuestra sanidad emocional. Pintar, dibujar, crear, escribir, cantar… no son meras distracciones. Son lenguajes del alma. Son las herramientas con las que nuestro espíritu, a menudo ahogado por el ruido del mundo, puede decir: "Aquí estoy. Esto siento. Esto soy".


Cuando abandonamos estas prácticas, no solo dejamos una actividad; silenciamos una voz interior. Poco a poco, la vida puede convertirse en una serie de transacciones: tiempo por dinero, energía por cumplimiento, días por supervivencia. Y en ese intercambio desigual, perdemos la brújula que apunta hacia nuestro verdadero norte: la pasión.


La sociedad nos enseña a valorar la productividad, los logros tangibles, el éxito medible. Un cuadro no paga la hipoteca, una poesía no llena la nevera, una canción no asegura el futuro. Y así, con argumentos irrefutables, vamos relegando la creatividad a un rincón de "cuando haya tiempo". Pero el tiempo nunca llega.


Los años pasan, y con ellos, una capa de polvo invisible se asienta sobre esa parte de nosotros que anhela crear. Surge entonces una sensación sorda de vacío, una nostalgia sin nombre, como el eco de una canción que no logramos recordar. Es la añoranza de nosotros mismos.


Ahora bien, haz un llamado firme y conmovedor a tu propia consciencia, un alto en el camino para preguntarte: ¿Qué amabas hacer antes de que el mundo te dijera lo que debías hacer? ¿Qué actividad te hacía perder la noción del tiempo cuando eras niño? No es una pregunta romántica, sino urgente. Porque valorar la vida no se trata solo de contar los días, sino de infundirles vida. Y nada le da más vida a un día que un momento de creación auténtica, por pequeño que sea.


Recuperar ese sueño no requiere, necesariamente, un cambio radical. No se trata de abandonarlo todo para irte a París a pintar (aunque si puedes y quieres, ¡hazlo!). Se trata de reclamar migajas de tiempo sagrado. Son quince minutos al amanecer con un diario. Es un cuaderno de bocetos en el bolso para los trayectos en metro. Es cantar a todo pulmón mientras lavas los platos. Es modelar arcilla mientras cenas solo. Es escribir un microrrelato antes de dormir.


El obstáculo más grande no es la falta de tiempo, sino el "síndrome del resultado perfecto". El adulto que somos quiere crear obras maestras, mientras que el niño que fuimos solo quería jugar. La magia está en recuperar el juego, el experimento, el derecho a hacerlo mal. La primera línea será torpe, el primer trazo tembloroso, la primera nota desafinada. Pero será tu línea, tu trazo, tu nota. Y en ese acto de valentía, algo se romperá dentro: la barrera entre el "yo práctico" y el "yo esencial".


Al nutrir esta parte creativa, ocurre algo extraordinario: el resto de tu vida comienza a realinearse. La creatividad no es un compartimento estanco; es una energía que permea todo. Te vuelves más ingenioso para resolver problemas en el trabajo, más paciente en tus relaciones, más resiliente ante el estrés. Porque al conectar con tu fuente creativa, recuerdas que eres, ante todo, un creador. Y un creador puede reinventar su realidad.


Tu pasión abandonada no está muerta; está en coma inducido, esperando una señal tuya para despertar. Hoy puede ser el día. No hace falta un gran gesto. Basta con un pequeño, firme y amoroso acto de rebelión: comprar un lápiz y un bloc. Desenterrar esa vieja guitarra. Anotar el sueño que tuviste anoche...


La vida, con sus crudezas y sus glorias, es demasiado preciosa para vivirla en blanco y negro. Tú tienes los colores. Tienes la canción. Tienes la historia. Las obligaciones seguirán ahí, pero ahora tendrás un antídoto contra el desgaste: un espacio sagrado donde tú, y solo tú, mandas. Un territorio donde la factura no es el éxito, sino la autenticidad.


No te vayas a la tumba con la música aún dentro. No dejes que el polvo cubra para siempre los instrumentos de tu alma. Este es tu recordatorio, tu llamado, tu permiso. Toma el rumbo de regreso a ti mismo. Rescata ese sueño. Pinta, escribe, canta, crea. No porque vayas a ser famoso, sino porque al hacerlo, recordarás lo que se siente estar verdaderamente vivo.


Y en ese recordatorio, encontrarás la fuerza más profunda: la de una vida que, finalmente, se reconoce y se celebra a sí misma. El mundo necesita más almas despiertas, no más máquinas cansadas. Comienza por despertar la tuya. Tu niño interior te está esperando, pincel en mano, sonriendo. Solo falta que decidas volver a sentarte a su lado y jugar.

 
 
 

Comentarios


transparent-social-media-icon-5f20ceea74f3c7.909418481595985642479.png

Contáctame

bottom of page